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Hoy se postula que la conciencia, la ética y los sentimientos tienen un correlato biológico y residen en grupos de neuronas
Desde la filosofía clásica griega en adelante la cuestión de la dualidad cuerpo-alma (o cuerpo-mente o cuerpo-espíritu) desveló a generaciones y generaciones de filósofos y científicos. Hoy, una nueva disciplina, la neurofilosofía, promete dar respuestas.
El cuerpo. De eso parece no haber dudas. Pero, ¿dónde hallar todo lo inmaterial que, por otra parte, caracteriza y da sentido al ser humano?
"Aquí, aquí mismo -afirma el doctor Pablo Argibay, director del Instituto de Ciencias Básicas y Medicina Experimental del Hospital Italiano de Buenos Aires, señalando con el dedo índice su cabeza-. Hoy está cada vez más claro que los procesos de aprendizaje, la memoria y el comportamiento, incluidos la ética y los sentimientos, están contenidos en redes de neuronas.
Si alguien pierde parte de su lóbulo frontal su mente cambia y se vuelve antisocial: deja de trabajar, se vuelve agresivo, tiene conductas obscenas: no ama igual, no valora igual. ¿Por qué no pensar entonces que en ese grupo de neuronas reside la ética? No se trata de una nueva forma de localizacionismo, sino de buscar nexos en esa central cognitiva que es el cerebro y aquellas habilidades que nos hacen humanos."
Argibay pertenece a un pequeño grupo de científicos que, así como ocurrió hace casi un siglo en la física, pretende trazar puentes entre disciplinas aparentemente irreconciliables. Por eso lleva adelante la recientemente inaugurada Unidad de Neurofilosofía y Neurobiología Experimental, que el Hospital Italiano decidió abrir para festejar su 150° aniversario.
"Lo que pretendemos integrar es la labor de médicos, lingüistas, matemáticos, bioingenieros, psicólogos -agrega Argibay, -. para generar conocimiento transdisciplinario acerca del funcionamiento cerebral y, a su vez, reflexionar sobre las implicancias que ésto traerá en la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Gracias al desarrollo de la neuroimagenología, a través de procedimientos como la resonancia magnética funcional, hoy podemos mapear áreas del cerebro, tanto durante procesos normales como patológicos. Ahora podemos observar qué áreas se activan cuando alguien intenta aprender un idioma, discute, se emociona. Antes, sólo hacíamos inferencias."
La disciplina, hoy preconizada por Patricia Churchland, de la Universidad de California, EE.UU, fue iniciada por Francis Crick, premio Nobel en 1963 por la descripción de la estructura en doble hélice del ADN, quien desde 1976 estudia el cerebro.
Autor del libro "La búsqueda científica del alma", Crick plantea que existe en el cerebro humano un grupo de neuronas que son el origen del alma y la conciencia, y de ese modo la mente y aun sus productos más sublimes pueden ser explicados por reacciones bioquímicas del cerebro. Pero ¿no reduce a pura biología la cuestión?
"Al contrario -afirma Argibay-. Ya no funcionan los esquemas compartimentados, con un departamento de metafísica dedicado a reflexionar sobre el alma y otro de neurobiología que se limita a decir "infartamos el lóbulo cerebral de un ratón y no controla esfínteres". Existe una fuerte relación entre el producto del cerebro y lo que se llama mente, psiquis, espíritu o alma."
La neurofilosofía plantea nuevas definiciones de inteligencia."Durante mucho tiempo se identificó inteligencia con capacidades lógico-matemáticas -dice el médico-, y luego se habló de distintos tipos de inteligencia, o de la capacidad de una persona de adecuarse al medio. Hoy postulamos la teoría triárquica, que incluye el contexto interno del individuo (sus capacidades), el contexto externo (el ambiente donde se desarrolla) y la interacción entre ambos. La inteligencia es esa adaptabilidad dinámica al medio, porque al adaptarse lo modifica. ¿Un ejemplo? Una persona de 50 años que pierde su trabajo y es capaz de generar una nueva actividad que le permite sostenerse. Ese es un tipo muy inteligente."
"Hoy sabemos -continúa Pablo Argibay-, que el cerebro humano, y por lo tanto las capacidades, si bien está determinado por condicionamientos genéticos siempre está inacabado intelectualmente: es posible generar neuronas nuevas toda la vida y por eso se puede aprender y mejorar.
Esta idea es muy importante. Tanto las teorías económicas que basan las desigualdades en las diferencias, o el darwinismo social, que postula la aptitud del más fuerte, demuestran su invalidez científica. La ciencia relativiza esos conceptos. Por eso hoy más que nunca es un crimen desnutrir a un chico. Su horizonte intelectual está abierto y depende más de las proteínas que coma y del enriquecimiento cultural donde se desarrolle que de cualquier determinismo."
El doctor Pablo Argibay, casado y padre de una niña, comenta que él -de 45 años- es el más "viejo" del grupo que dirige. Argibay se especializó en inmunología y cirugía del trasplante en EE.UU., en glicoproteínas del cerebro en Oxford y tiene una maestría en epistemología, uno de sus ámbitos de reflexión predilectos.
El científico menciona a la norteamericana Patricia Churchland, la primera en el mundo en llamarse a sí misma neurofilósofa. Y también a Antonio Damasio, neurólogo de los EE.UU. que estudió las consecuencias de los daños del lóbulo prefrontal sobre la vida corporal y emocional.
En la Unidad de Neurofilosofía y Neurobiología Experimental, en tanto, algunos -como la bioingeniera Erika Martínez- trabajan en redes neuronales y algoritmos de inteligencia artificial para enseñar a un páncreas artificial cuándo liberar insulina.
Otros equipos están más orientados a estudiar áreas funcionales del cerebro: son los doctores Fernando Ogresta y Martín Eleta, ambos especialistas en diagnóstico por imágenes del Hospital Italiano, y la bioingeniera Victoria Weisz, que están al frente del resonador magnético funcional de ese hospital.
"Es un método no invasivo -destacan- que irá dando respuestas a cuestiones como el conocimiento, la experiencia, la conciencia o la mente, todos consecuencia del funcionamiento cerebral, que sólo serán entendidos cuando el cerebro sea propiamente comprendido."
Por Gabriela Navarra - LA NACION (junio-2003)
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