viernes, 21 de febrero de 2014

Las novelas mejoran la empatía

Publicado por Pilar Quijada el ene 9, 2014
Sumergirse entre las páginas de una novela casi siempre es una agradable aventura. Las hay para todos los gustos y, además, ayudan a desarrollar cualidades tan importantes para la inteligencia emocional como la empatía. Nos hacen vivir las emociones de los protagonistas con tal intensidad que nuestro reflejo remeda sus sentimientos como acaba de descubrir una investitación publicada en PlosOne.  Y es que leer además de una saludable actividad para el cerebroaumenta nuestra empatía, al facilitar que nos pongamos en la piel de los personajes que viven en sus páginas, y también deja una huella duradera en el cerebro relacionada con las aventuras que leemos. Al menos eso es lo que sostiene un estudio de la Universidad de Emory, publicado en “Brain Connectivity”, que asegura que las novelas pueden cambiar el cerebro de forma parecida a como lo hace la experiencia cotidiana. Ya lo decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”:

La lectura de un libro como Pompeya, de Robert Harris, que narra las últimas horas de la ciudad italiana tras la erupción del Vesubio en el año 79 d C., logró aumentar la conectividad de la corteza temporal izquierda en el cerebro de 21 voluntarios que participaron en el estudio de la Universidad de Emory durante 19 días. El incremento de conectividad de esta zona, persistió después de acabar el libro, lo que hace pensar que estos cambios son duraderos. Las modificaciones provocadas por la lectura en esta zona podrían ser hasta cierto punto esperables, ya que la corteza temporal izquierda, además de estar implicada en el procesamiento del lenguaje y la comprensión, interviene también en el análisis de las oraciones complejas que conforman un libro.
En la piel del protagonista

Pero los investigadores encontraron que había más cambios asociados a la lectura. Y estos tenían que ver más con la empatía, o capacidad de ponernos en la piel del otro, que de forma empírica se sostenía que la lectura mejoraba. En consecuencia con esto, apareció también una mayor conectividad en otra zona, relacionada esta vez con la representación de las sensaciones corporales, localizada en el surco central del cerebro, que sirve de frontera entre las cortezas motora y somatosensorial primaria. Las neuronas de esta región se han asociado con la representación de sensaciones corporales. Pensar en correr, por ejemplo, puede activar las neuronas asociadas con el acto físico de correr.


“Ya sabíamos que las buenas historias te pueden ayudar a ponerte en la piel de otra persona, en un sentido figurado. Pero con este estudio estamos viendo que esto puede tener un verdadero correlato biológico. Los cambios neuronales que encontramos asociados a los sistemas de sensación física y movimiento sugieren que la lectura de una novela te puede ‘transportar’ al cuerpo de la protagonista”, señala Gregory Berns, el investigador principal del estudio. En definitiva, que Emily Dickinson no se equivocaba cuando decía que “para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”.

La mayoría de los estudios anteriores en los que se analizaban los efectos de la lectura se habían centrado en los procesos cognitivos implicados en la lectura de historias cortas, que tenían lugar mientras los participantes las leían y simultáneamente eran sometidos a una resonancia magnética funcional. Sin embargo, la investigación de Emory se ha centrado en la huella neural que deja la lectura de una historia varios días después de haber dejado de leerla.
Libros que dejan huella

“Algunas historias contenidas en los libros dejan huella en nuestras vidas y en algunos casos ayudan a definir a una persona”, señala Berns, famosos estudiar previamente el cerebro canino y que ahora se ha propuesto entender cómo una novela puede cambiarnos el cerebro. Eligieron Pompeya, explica, porque tiene una línea argumental dramática muy fuerte que engancha al lector. La novela narra cómo el protagonista, que está fuera de la ciudad, reconoce los primeros signos que presagian la erupción y vuelve a Pompeya para salvar a la mujer que ama. Sin embargo, en el interior de la urbe nadie parece reconocer esos inquietantes presagios y le prestan poca atención.

Durante nueve días, los participantes, enganchados por el argumento, leían en su casa unas 30 páginas del libro. Después de someterse a unas pruebas que garantizaran que habían hecho los deberes, se sometían cada mañana a una resonancia mientras no llevaban a cabo ninguna tarea, es decir en reposo. Acabada la lectura, se sometieron a otras cinco sesiones más en cinco días diferentes, para comprobar la persistencia de los cambios. “A pesar de que los participantes no estaban leyendo la novela, durante la resonancia, conservaron esta conectividad aumentada”, dice Berns.”A este efecto le llamamos “sombra de actividad”, y es algo así como una memoria muscular”.

Esos cambios neurales no eran sólo reacciones inmediatas a lo leído, señala Berns, ya que persistieron a la mañana siguiente, y tambien durante los cinco días después de que los participantes completaron la novela. “No sabemos aún cuánto tiempo pueden persistir”, aclara Berns. “Pero el hecho de que los detectemos en pocos días después de leer una novela asignada al azar sugiere que las novelas favoritas de cada uno sin duda podrían tener un efecto más grande y de mayor duración en el cerebro”, sostiene.

Cosas del cerebro © DIARIO ABC, S.L. 2014

Identifican parte del cerebro que nos hace humanos


Científicos de la Universidad de Oxford compararon tomografías cerebrales de 25 humanos y 25 macacos para comparar e identificar las regiones que nos diferencian de nuestros parientes más cercanos
Está en la parte delantera del cerebro, justo por encima de las cejas. Allí identificaron científicos de la Universidad de Oxford en Reino Unido una región del cerebro humano única, que no aparece en el cerebro de nuestros parientes más cercanos, los monos.
Los investigadores de la prestigiosa universidad británica compararon para su estudio tomografías cerebrales de 25 humanos y 25 macacos y observaron un área específica -generalmente relacionada con los procesos de toma de decisiones, la capacidad de hacer varias tareas de forma simultánea y de anticipar estrategias- que no está presente en los cerebros de los monos analizados.
"Encontramos un área en el cerebro humano que está bastante adelante, justo por encima de las cejas, que no coincidía con ninguna región del cerebro del mono, que parecía en el cerebro humano bastante distintiva y muy distinta de todas las regiones en el cerebro del mono", explica a BBC Mundo Franz-Xaver Neubert, experto en psicología experimental y autor del estudio publicado en la revista especializada Neuron.
Y precisamente esta zona, según creen los científicos, está involucrada con algunos de los rasgos que nos hacen únicos como humanos.
"Toda clase de funciones se han atribuido a esta región, pero en general creo que la gente tiende a pensar que puede estar involucrada en lo que algunos llaman multitarea (o la capacidad de hacer varias cosas a la vez)", dice Neubert.
También está relacionada con la capacidad de planificar, o de anticiparse a los acontecimientos, algo que nos permite "tener en mente estrategias que no estás usando el momento pero que puedes usar más tarde".

En esta imagen se puede ver, marcada con el color rojo oscuro, la zona del lóbulo frontal identificada por los científicos. Foto: BBC Mundo

"Enormes similitudes"
Sin embargo, otro de los hallazgos de este estudio no se basa en lo que nos diferencia sino en lo que nos une.
"Una de las cosas sorprendentes es que encontramos enormes similitudes en la organización de estas áreas en el cerebro humano -especialmente en las áreas que pensamos que están involucradas en el lenguaje y la flexibilidad cognitiva- y en el de los monos", dice Neubert.
En su trabajo, los científicos identificaron y analizaron 12 subregiones de la parte frontal del cerebro y sus patrones de conectividad con otras zonas, que identificaron como huellas.
Luego las buscaron en el cerebro de mono, y así encontraron las similitudes que se ven, marcadas con colores, en la imagen de más arriba. El cerebro del extremo izquierdo es humano, el de abajo es de mono.
 
Imagen gráfica de las zonas del cerebro comparadas entre humanos y monos. 
Foto: BBC MundoDe las 12, 11 eran muy similares en las dos especies.

"Una cosa interesante es alguna gente puede pensar que el lenguaje es una habilidad exclusivamente humana, por lo tanto debe estar apoyada en áreas y conexiones que son exclusivamente humanas", explica el investigador.
"Estos resultados sugieren que ese no es el caso, que quizás las regiones que están involucradas en el lenguaje en humanos hacen algo diferente en los monos, incluso aunque ellos no tienen la habilidad del lenguaje".
Por lo tanto, dice Neubert, aunque se podría pensar que estas zonas del lenguaje y la flexibilidad cognitiva -que es la capacidad de cambiar de forma dinámica entre una tarea y otra- son un desarrollo absolutamente nuevo en los humanos, según estos resultados no lo son.
"Pueden basarse en un aparato más antiguo".
La corteza cerebral prefrontal, que es la zona cerebral analizada en este estudio, está involucrada en los aspectos cognitivos y del lenguaje más complejos, y sólo está presente en humanos y otros primates.
Algunas de sus partes están relacionadas con desórdenes psiquiátricos, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la adicción a las drogas y los comportamientos compulsivos.
Por eso, dice Neubert, entender mejor sus conexiones puede ser relevante para encontrar mejores formas de tratarlos..

http://www.lanacion.com.ar/1659310-identifican-parte-del-cerebro-que-nos-hace-humanos

lunes, 23 de mayo de 2011

La forma primordial de comunicarse dependería de un sentido

Similar al de la vista o el tacto, descodifica la comunicación humana en sus diferentes formas
Muchos especialistas intentaron en vano encontrar el idioma original o pre Babel. El problema es que lo que se busca es un idioma o un protolenguaje. Si se quiere llegar a él hay que cambiar el paradigma y empezar a rastrear un sentido, que llamamos Neem, que funciona como la vista, el tacto o cualquiera de los otros. Ese sentido es el que decodifica el tipo de comunicación propio de la experiencia mística, la comunicación holística de los animales y el hombre primitivo, y de aquellos que, por algún motivo, quedaron sin contacto con otros humanos desde su nacimiento.

Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.

Mucho se ha dicho y escrito sobre qué es lo que distingue a los Humanos del resto de los seres de la Creación con conclusiones bien variadas de acuerdo con el enfoque. Sin embargo, la mayoría está de acuerdo en citar a la conciencia de sí: Hasta donde se sabe, el Hombre es el único animal capaz de reflexionar sobre su condición. Y para ello tiene una herramienta fundamental: el lenguaje, que es lo que con más claridad distingue a la conducta humana pues la utiliza para construir cultura. Se lo puede definir como un sistema de símbolos que representan cosas e ideas y que es vital para pasar los conocimientos adquiridos a la generación siguiente. Gracias a este proceso, los nuevos ya no arrancarán de cero la carrera por la supervivencia y la evolución. Además, la comunicación permite cotejar los saberes, compartir los descubrimientos y reflexionar con los semejantes.

Desde el punto de vista fisiológico, si bien los últimos estudios en neurociencias relativizan cada vez más la anatomía del pensamiento, y tienden a demostrar que el cerebro piensa en red, los monitoreos con SPECT (“Single Photon Emission Computed Tomography”) indican que cuando se está interpretando un idioma, una de las zonas que se activa es la conocida como el área de Broca, ubicada en el hemisferio izquierdo.

¿Es el lenguaje inherente al Hombre?

“Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras (…) Mas Dios descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: ‘He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros’. Así, Dios los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Dios la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie”.
Génesis, 11.

Los antropólogos estiman que el lenguaje entendido como producción y percepción de un idioma nació hace alrededor de 35.000 años, cuando todavía los últimos Neandertales eran contemporáneos de los primeros Cromagnones. Estos últimos, con una cavidad bucal más adecuada a la articulación de sonidos dieron el salto adelante. Los expertos todavía no se ponen de acuerdo sobre si hubo un lenguaje original del cual se derivaron los idiomas y apenas pueden especular sobre el tema.

En este punto es válido preguntarse si alguna vez todos los hombres hablaron idioma universal como refiere la Biblia en la historia de la Torre de Babel, lo que daría la razón a la teoría de la monogénesis del lenguaje defendida en el siglo XVIII por el filósofo alemán Gottfried Wilhelm von Leibniz, entre otros.

Algunas pistas: El prestigioso lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky postula la existencia del LAD (Language Acquisition Device, o dispositivo para la adquisición del lenguaje) una suerte de "caja negra" innata, que sería capaz de recibir un input o entrada de datos lingüísticos y, a partir de él, derivar las reglas gramaticales universales.

Al respecto, el psiquiatra Daniel Drubach, de la Mayo Clinic, en Minnesotta, explicó en su conferencia “Neurobiología de la imaginación y su relación con la espiritualidad” (dictada en el Foro de reflexión Cerebro y Espiritualidad, Buenos Aires, 17 de Septiembre de 2007): “Cuando el niño nace su cerebro está preconfigurado para ciertas actividades, que las llamamos universales. El lenguaje verbal (es la más estudiada), no el escrito, está presente en todas las culturas humanas. Nunca se encontró una cultura que no hable. Se cree que viene preconfigurado, y que no es sólo algo anatómico sino también funcional. Lo curioso es que el lenguaje está preconfigurado pero el idioma no. El idioma es puramente un resultado de la cultura. Esto es interesante porque entre todos los idiomas hay muchísimas similitudes. Inclusive, los lingüistas dicen que no hay ninguna diferencia de fondo entre el chino, el inglés y el español, por ejemplo. Que lo único que difiere es el símbolo. La estructura del lenguaje es igual en todas las culturas”.

En busca del idioma original
En su artículo “¿Qué idioma habla Dios?” publicado en La Revista El Cultural del diario español El Mundo (del 7-julio de 2005) el Doctor en Medicina y catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Mora Teruel, refiere que la búsqueda de ese idioma original, y por ende más cercano a Dios, lleva siglos y que los casos conocidos se remontan a la historia que cuenta el historiador griego Herodoto de Halicarnaso sobre el faraón de Egipto, Psammenticus, quien hace 2600 años aisló niños para comprobar si desarrollaban un idioma desde cero (habrían dicho una palabra en frigio), experiencia repetida por el Rey Jaime IV de Escocia en el siglo XV de nuestra era. Y que una experiencia mejor documentada es la del emperador Mogol Akbar Khan, quien a principios del siglo XVI, repitió la experiencia de Egipto y Escocia y de acuerdo con la crónica de un jesuita, el resultado fue que los niños no hablaban nada. De este modo, concluyó que el idioma genuino del hombre era el silencio. Esta historia fue refrendada en la actualidad: se encontraron niños aislados por sus padres o perdidos en la selva en sus primeros años, que no hablaban.

Opina Mora Teruel: “Si algún idioma Dios dio al hombre en sus orígenes es claramente el de los gestos y el silencio. De lo que se deduce además, que no hay libro alguno que exprese, en ningún idioma, el verbo directo de Dios. Dios, si existe, es silencio y cualquier libro que hable de ese silencio ha sido filtrado por el cerebro humano. Y esto nos lleva a comprender que la interpretación humana de ese silencio, su desciframiento y su traducción en forma de lenguaje, es tan individual como lo es cada cerebro en cada uno de los más de seis mil millones de habitantes que pueblan la tierra”.

El lenguaje en sentido amplio.
Se tiende a pensar en el lenguaje como en el cotidiano intercambio de frases y en un medio de comunicación entre los seres humanos que, a partir de signos orales y escritos, poseen un significado útil para relacionarse con los demás. Sin embargo, en su sentido más amplio, se trata de un proceso mucho más complejo en el que intervienen una gran cantidad de actividades mentales. Desde luego, las propias del lenguaje hablado, como reconocer las palabras dentro de la cadena sonora, determinar su significado en un contexto de la oración que forman, identificar el nivel de significado o significados de la frase, y formular una respuesta.

No obstante, limitar al lenguaje a una simple combinación de palabras es muy superficial, incluso si se agrega el contexto cultural. De hecho, las formas no verbales de comunicación entre los seres vivos incluyen luces, imágenes, sonidos, gestos, colores, olores y más. Los animales tienen diferentes maneras de hacerse llegar los mensajes sin un lenguaje oral. Los pájaros, los delfines, los insectos, no hablan en sentido estricto entre ellos, por ejemplo, aunque se comunican. Ellos saben si otro animal va a atacarlos, si una planta es venenosa o si una hembra está lista para aparearse porque reciben las señales y las decodifican.

Por lo tanto, lo que viene preconfigurado desde el nacimiento es la capacidad de comunicarse. Pero a través de un proceso que se asemeja más al funcionamiento de un sentido (como la vista o el olfato), que al idioma, que es más parecido a una tecnología, algo inventado por la cultura. Como la escritura, lo que hace el idioma es segmentar una porción de lo que se está comunicando para codificarlo en un mensaje restringido.

Esto se ha estudiado mucho, se sabe que el mensaje hablado es sólo una parte pequeña de la comunicación. Por ejemplo, en una charla hay muchos elementos que enriquecen la comunicación entre dos personas y que van más allá del intercambio de palabras y frases. Tal es el caso de las inflexiones de la voz, los gestos, las señales, los movimientos involuntarios del cuerpo, etcétera.

El lenguaje holístico
Hasta aquí podemos afirmar que la comunicación parlante no es inherente al Hombre. Aunque siempre existió la comunicación, el lenguaje tal como se lo conoce hoy, creció y se desarrolló a la par de la civilización. En el estado natural original los seres se comunicaban entre sí y con la naturaleza. No había diferencias entre el lenguaje humano y el medio de comunicación del resto de las especies animales. El hombre, al individualizarse y volverse cultural, perdió esa capacidad. Pero la cuestión no es tan simple.

Al respecto, el Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco J. Rubia, explica en un reportaje cómo era el lenguaje del hombre pre-cultural: “Antes de que surgiera la conciencia dualista el hombre se encontraba en el paraíso de la conciencia holística en donde los contrarios no existían, en el ‘océano primordial’ origen del cosmos en la mayoría de los mitos, que se interpreta como una unidad/totalidad. Es de suponer que esta Unidad, que también puede aparecer como paraíso, corresponda, desde el punto de vista neurofisiológico, al hemisferio derecho, unido estrechamente al sistema límbico o sistema base de las emociones y afectos. El despertar a la conciencia, por tanto, hace que el hombre tenga nostalgia de esa unidad o paraíso perdido y quiera volver a él. Casi todas las religiones tienen como meta la unión con la divinidad, con el Uno, al final de la vida. El retorno al paraíso es, lógicamente, una tendencia muy humana y supondría la resistencia al desarrollo impuesto por la evolución. Es la negación de la realidad como intento de regresión a épocas pretéritas más felices”.

Y en su artículo “El pensamiento dualista” agrega: “La conciencia del hombre primitivo se asemeja más a la que aparece en los sueños, distinta de la del hombre moderno despierto. Es por esto por lo que el hombre primitivo no diferencia entre el sueño y la realidad, ambos constituyen un ‘continuum’. Habría que decir que no es que el hombre primitivo no sepa distinguir entre el sueño y la realidad, sino que ambos estados, el sueño y la realidad emotiva son productos de las mismas estructuras y por lo tanto sujetos a las mismas leyes, lo que le impide hacer diferencias entre ellos (…). También la separación entre el alma y el cuerpo sería moderna. El hombre primitivo no las diferencia en absoluto, al contrario, ambos forman una unidad mística indiferenciada”. Y llega a una osada conclusión: “Quizá espacio y tiempo sean las gafas con que el cerebro mira la realidad. ¡Un filtro construido por el cerebro! Quizá el cerebro nos restrinja lo real, cosa útil para sobrevivir como especie. Y, en el éxtasis místico, ¡el cerebro se quita un ratito esas gafas, ese filtro!” Y ahora entra en juego la “variable Dios”, la última de las pistas.

Experiencia Mística: La voz de Dios
“¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo”.
Jorge Luis Borges, “La escritura de Dios” (El Aleph, 1949)

La historia y los textos sagrados (no sólo los cristianos) están llenos de testimonios de personas que, de manera espontánea o provocada, logran alcanzar un “estado modificado de la conciencia”. Cuando la experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y religiones diferentes.

En “Las Variedades de la Experiencia Religiosas”, William James comenta que la experiencia mística es inefable, que quienes la experimentan refieren que no puede describirse en palabras adecuadas, que debe experimentarse directamente, pues no es posible comunicarla ni transferirla a los demás. Y razona: “Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen más a los estados afectivos que a los intelectuales”.

Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh, William Bake, George Rusell, Juana de Arco, Ezequiel, San Pablo, Mahoma; Dante, Ignacio de Loyola, Bernardo de Claraval, Rumi, Jacob Bohme , Ovidio, Al-Gazzali, Ibn Arabi, Hildergard Von Bingen y el Dalai Lama, entre otros.

Y es así que diferentes autores han establecido una variedad de parámetros que debe tener la experiencia mística para ser catalogada como tal y diferenciarse de las diferentes patologías neuropsicológicas, como psicosis, epilepsia, esquizofrenia, etc. Estos parámetros, similares para las diversas culturas, religiones y épocas de la humanidad sólo marcan diferencias según la formación y historia personal de lo vivido en la historia del sujeto.

Las mismas podrían resumirse en las siguientes, de acuerdo con la clasificación del doctor Robert M. Gimello de la Universidad de Harvard:
-Sensación de unidad de todo lo existente.
-Pérdida del yo y del mundo (sujeto y objeto).
-Pérdida del sentido de la causalidad.
-Sensaciones de fuerte tono afectivo: alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental.
-Sensación de estar en contacto con lo sagrado.
-Sensación de objetividad y realidad.
-Superación del dualismo y aceptación de la paradoja.
-Inefabilidad.
-Transitoriedad: dura instantes, como mucho una o dos horas.
-Cambios positivos persistentes en la actitud y conducta del sujeto.
-Cualidad noética: estados de conocimiento de intuición y verdad.
-Sensación de elevación y/o flotar en el aire.
-Referencia a la luz: fogonazos, luminosidad sostenida, presencia luminosa, fuego o calor intensos (generalmente blanca).

El psiquiatra estadounidense Arthur Deikman, de la Universidad de California, defiende la hipótesis de que los fenómenos místicos se producen a partir de una desautomatización de estructuras psicológicas que organizan, limitan, seleccionan e interpretan los estímulos perceptuales que llegan a través de los sentidos.

En otras palabras, en la experiencia mística las sensaciones son mucho más cercanas a las del niño pre-parlante, a las del hombre primitivo o las que se experimentan en el ensueño, que a las del adulto, contemporáneo en vigilia. En lenguaje llano: Dios se comunica sin palabras.

Conclusiones: El sentido “Neem”
Limitar el concepto de comunicación humana al uso del idioma es absurdo, puesto que éste es apenas una porción del total. En ese sentido amplio se puede afirmar que sí existió un lenguaje original, previo a Babel, y que es el mismo que viene “por defecto” instalado en el cerebro de los recién nacidos. También es aquel que “hablan” los niños encontrados sin contacto con la cultura humana y que usaba el hombre primitivo. Y, no por casualidad, es el que se experimenta durante la experiencia mística.

Esta manera de comunicarse es holística, disuelve los límites entre el yo y el otro y se manifiesta como certezas instantáneas, no como el final de un proceso de decodificación de conceptos. Funciona como un sentido y a falta de nombre lo llamaremos Neem, por el árbol del paraíso.

Y tiene su lógica. En el paraíso no había mentira, algo imposible en este tipo de comunicación. Así deberían haberse comunicado Adán y Eva entre ellos, y con el resto de la Creación. Hasta que la cultura se impuso. Le pusieron nombre a todo para diferenciarlo de sí mismos y comieron del árbol del Conocimiento. Bloquearon el sentido Neem y fueron expulsados del paraíso. Tal vez si se lo recupera, se estará listo para emprender “la vuelta a casa”. Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach, desde Argentina, colaboración que agradece Tendencias de las Religiones.

Martes 18 Enero 2011
Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.
Publicado en Tendencias21

¿Es posible aprender neurológicamente la espiritualidad ?

La neuroplasticidad podría ayudar a lograr una visión de la trascendencia
Sin ánimo de meter bazas en la polémica entre ciencia y Fe, puede afirmarse que está más que probado el beneficio físico y espiritual que queda como remanente en las personas que vivieron una experiencia mística. Por lo tanto, es válido buscar la manera de entrenar esa percepción de lo trascendente como si fuera un músculo. Al respecto, los recientes estudios sobre plasticidad neuronal son un buen punto de partida para esta misión.

Por Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.


“Recuerdo la noche y casi el lugar preciso, en la cima de la montaña, donde mi alma se expandía, por decirlo de alguna manera, hacia el Infinito. Se produjo una unión impetuosa de los dos mundos, el exterior y el interior; se trataba de lo profundo llamando a lo profundo, lo profundo que mi propia lucha había abierto dentro de mi ser, contestado por lo profundo impenetrable del exterior, que llegaba más allá de las estrellas. Estaba solo con Aquel que me había creado, a mí y a toda la belleza del mundo, el sufrimiento e, incluso, la tentación. Yo no lo buscaba, pero sentía la unión perfecta de mi espíritu con el suyo. El sentido normal de las cosas a mi alrededor había cambiado y, de momento, tan sólo sentía una alegría y una exultación inefables. Era como el efecto de una gran orquesta cuando todas las notas dispersas se han fundido en una armonía distendida que deja al oyente consciente únicamente de que su alma flota, casi rota de emoción. La perfecta quietud de la noche se estremecía tan sólo por un silencio aún más solemne, y la oscuridad era todavía más patente afuera de invisible. No podía dudar que Él estaba allí lo mismo que yo; de hecho, sentía, si es posible, que yo era el menos real”.Testimonio citado por William James en “Las variedades de la experiencia religiosa” (Madrid, ediciones península, 1ª ed. 1986). En el origen de las religiones siempre se puede encontrar una “revelación mística” similar a la del relato que cita el pionero filósofo y psicólogo estadounidense. Quienes las vivieron refieren el acceso a una forma de conocimiento que no puede ser captado por imágenes o palabras, una certeza de unidad de todo lo existente, la pérdida del yo y del mundo, potentes estados de alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental y de cercanía con lo sagrado, entre otras sensaciones. Estas experiencias fueron estudiadas a fondo por varios autores y, aunque todavía no se ponen de acuerdo con las causas, ya casi no se discute el potencial transformador y sanador de la experiencia mística: Quien la vive, no vuelve a ser el mismo. Se transforma para siempre y en general para mejor, porque, como sentencia el psicólogo transpersonal Stanislav Grof: “podemos hablar de un profundo cambio a nivel psicofísico. Un individuo que vive una experiencia cumbre tiene la sensación de sobreponerse a la fragmentación y división cuerpo/mente, y alcanza un estado de unidad y completud interna total que usualmente resulta muy curativo y benéfico (…) Estas experiencias producen una mejora de la salud emocional y física”. Ahora bien, ¿es posible fomentar, estimular o provocar este tipo de experiencias por medios naturales? Los estudios sobre neuroplasticidad parecen indicar que sí.

La neuroplasticidad
En los lóbulos frontales del cerebro está la llave del propio destino. Allí se cocinan los proyectos y las decisiones que surgen de la interacción de los 100 mil millones de neuronas del cerebro. Todas aquellas conexiones que no se usan se pierden, y hoy se sabe que el cerebro puede remodelarse a medida. La neuroplasticidad es la capacidad de aumentar o disminuir el número de ramificaciones neuronales y de sinapsis, a partir del estímulo sobre el cerebro. De este modo, una persona estimulada por la percepción desarrolla más conexiones que otra menos receptiva. Al respecto, el psiquiatra Daniel Drubach, de la Mayo Clinic, en Minnesotta, explicó en su conferencia “Neurobiología de la imaginación y su relación con la espiritualidad” (dictada en el Foro de reflexión Cerebro y Espiritualidad, Buenos Aires, 17 de Septiembre de 2007): “es impresionante la manera en que el cerebro puede reorganizarse para poder adaptarse a nuevos desafíos”. Más aún si se somete a entrenamiento durante años. Por ejemplo, indica: “El músico que se expone a la música percibe una realidad diferente. Por el hecho de practicarla escucha otra cosa y puede detectar cambios muy sutiles en las notas que pasan desapercibidos para los no músicos. Esto se ha probado muchas veces y no es genético. Es la exposición al enriquecimiento del medio ambiente lo que modifica al cerebro. Percibir algo lo cambia a uno y luego lo puede percibir mejor”. Y agrega: “Otro estudio se hizo con pintores artísticos. Ellos son capaces de diferenciar entre los colores de una manera muy superior a la media. De una escala reconocen 35 tipos diferentes de amarillo, por ejemplo. Alguien que no es pintor dice que sólo hay 4 ante la misma paleta de colores. Es tremendo cómo la experiencia y más que nada el entrenamiento cambian la percepción de la realidad”. De este modo, si la experiencia mística es algo que sucede (o es percibida) en el cerebro, nada impediría, en teoría, modificar la estructura de la red sináptica para favorecer la espiritualidad y, si se da el caso, la producción o recepción (esto ya es cuestión de Fe) de las experiencias místicas.

¿Es posible esto? Hay algunas pistas. El doctor Drubach explica que “al cerebro le interesa lo que cambia, no lo constante. Si hay un ruido repetitivo se lo escucha durante unos segundos y al rato se lo ignora. El cerebro se habitúa. Del mismo modo, uno entra a una habitación con un cierto olor y en unos minutos no lo huele más. Así, desde el punto de vista de las descripciones de Maimónides y otros, si la manifestación de Dios está siempre presente pero no cambia, será más difícil percibirla”. Habrá entonces que tratar de modificar la percepción. Hace mucho que los cabalistas, judíos y cristianos, afirman que hay una realidad diferente y que hay que prepararse para descubrirla. En definitiva, de lo que están hablando es de plasticidad perceptiva. A propósito, los ya famosos estudios de Andrew Newberg y Eugene Daquili, de la División de Medicina Nuclear de la Universidad de Pennsylvania, tienen que ver con esto también. Ellos estudiaron a un grupo de monjes tibetanos y frailes franciscanos (con tomografías computarizadas mientras meditaban) y encontraron cambios notables en la actividad cerebral.

Al igual que los músicos o pintores, los que practican la meditación o la plegaria activan su cerebro de una manera diferente y lo predisponen a ciertas percepciones y experiencias místicas, espirituales o religiosas. Este también es el tono de las investigaciones que los neurocientíficos Antoine Lutz y Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos) llevan a cabo desde 1992 en colaboración con el Dalai Lama y otros monjes budistas muy experimentados en el arte de la meditación. Ellos colocaron en los monjes y en un grupo de control una red con sensores eléctricos mientras meditaban. Los resultados no dejaban dudas. La amplitud de las ondas gamma recogidas en algunos de los monjes son las mayores de la historia registradas en un contexto no patológico. Lo cierto es que los monjes sincronizan un número de neuronas mucho mayor al promedio. De este modo, Lutz y Davidson dedujeron que el cerebro, con un correcto entrenamiento, puede desarrollar funciones nunca imaginadas. ¿Pero cuál sería el beneficio de volcarse a una vida espiritual? Muchos y diversos, y todos están bien testeados.

Beneficios de la espiritualidad
Aún si se deja a un costado la cuestión de la Fe, varios estudios probaron con el método científico que la vida espiritual ofrece beneficios indiscutibles. Estos son apenas algunos ejemplos de investigaciones realizadas en los últimos tres años:

-La religión aliviaría el estrés del cerebro ante las presiones cotidianas, de acuerdo con la investigación que el antropólogo Lionel Tiger de la Rutgers University de Estados Unidos, y Michael McGuire, psiquiatra y neurocientífico de la Universidad de California. Ellos publicaron el libro, "God’s Brain" donde sugieren que el estrés propio de la vida cotidiana, capaz de modificar la química del cerebro, encuentra alivio en las creencias y los rituales religiosos, lo que ayuda al cerebro a soportar las tensiones. -Bajo ciertas circunstancias, la creencia religiosa fomenta actitudes de generosidad, altruismo y mejora el comportamiento social, según el estudio de los psicólogos sociales de la University of British Columbia (Vancouver, Canadá) Ara Norenzayan y Azim Shariff.

-Los individuos religiosos son más amables y rectos. Así lo probaría un meta-análisis de docenas de estudios que vinculaban ciertas características de la personalidad humana con la religiosidad realizado por el científico de la Universidad belga de Louvain, Vassilis Saroglou, especializado en la investigación de la personalidad y de la psicología religiosa. -La Fe en Dios reduce los síntomas de la depresión clínica, puesto que los depresivos creyentes son un 75 por ciento más propicios a responder a los medicamentos, de acuerdo con un estudio publicado por investigadores del Rush University Medical Center de Chicago, en Estados Unidos.

-A principios de 2009 otra investigación, realizada por científicos de la Universidad de Miami, Estados Unidos, y dirigida por el profesor de psicología Michael McCullough, reveló que las personas religiosas tienen mayor capacidad de autocontrol que las no religiosas y regulan de manera más eficiente sus actitudes y emociones, con la finalidad de conseguir objetivos para ellos valiosos.

-Las plegarias por otros potencian la capacidad individual de perdonar, sugiere un trabajo realizado por el psicólogo de la Florida State University, Nathaniel Lambert, y sus colaboradores, de la Florida State University. Al rezar, señalan, las personas dejan de centrar su atención en sí mismos y en sus propios objetivos. Así, los sentimientos negativos pueden desvanecerse. Una investigación anterior de estos mismos investigadores había demostrado que la gratitud también puede potenciarse mediante la oración.

-La religiosidad ayuda a evitar las depresiones en la vejez, según se explica en un comunicado emitido por la Universidad de Arizona, a partir de un estudio realizado por la Master of Philosophy Rita Law. -Creer en Dios puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés, señalan los resultados de dos investigaciones realizadas en la Universidad de Toronto, en Canadá, dirigidas por el profesor de psicología Michael Inzlicht.

-La meditación con mantras ayudaría a relajar el sistema nervioso, a rebajar la presión arterial, a mejorar la salud del corazón, a prolongar la vida, además de dar felicidad y de generar el sentimiento de estar más cerca de una entidad trascendente, entre otras ventajas, según el estudio de Herbert Benson, cardiólogo de la Harvard Medical School. Por lo tanto, si la meditación y la vida espiritual favorecen las tendencias a ser generosos, amar al prójimo y desear el bien a los demás sin esperar nada a cambio; y si además propenden al bienestar físico, emocional e intelectual, es indudable que este tipo de pensamiento o filosofía puede llevar a una vida más feliz. De este modo, sin meterse en las pantanosas aguas de la interminable polémica entre ciencia y religión, se podría decir que la primera le está dando la razón en algo a la segunda. Aunque todavía no esté dispuesta a reconocerlo.

Publicado en Tendencias21
Jueves 3 Marzo 2011
Patricia Arca Mena y Gustavo Masutti Llach.
Artículo leído 2756 veces

lunes, 21 de septiembre de 2009

Los cerebros de los creyentes y de los no-creyentes son diferentes

Los cerebros de los creyentes y de los no-creyentes son diferentes
La fe en Dios y el fervor religioso reducen la ansiedad ante los propios errores, según un estudio

Las creencias religiosas ayudan a minimizar el estrés ante nuestros propios errores y ante lo desconocido, señalan los resultados de dos estudios realizados en la Universidad de Toronto con participantes de diversas religiones y razas, y también con personas no-creyentes. La amígdala cingulada anterior del cerebro de los individuos que creen en Dios se activa mucho menos cuando éstos cometen errores que en el caso de los individuos no-creyentes. Esta calma, sin embargo, puede ser contraproducente en algunos casos, advierten los científicos, porque la ansiedad ante nuestros fallos es lo que nos impulsa a cambiar o a mejorar nuestro comportamiento. Por Yaiza Martínez.


Los cerebros de los creyentes y de los no-creyentes son diferentes
Creer en Dios puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés, señalan los resultados de dos investigaciones realizadas en la Universidad de Toronto, en Canadá.

Según publica dicha universidad en un comunicado en ambas investigaciones, dirigidas por el profesor de psicología Michael Inzlicht, los participantes fueron sometidos a la denominada tarea Stroop.

Esta tarea es una prueba de control cognitivo que se utiliza comúnmente para estudiar la capacidad de control de las interferencias automáticas y para medir procesos cognitivos, como la atención selectiva y la flexibilidad.

Mediciones con electrodos

Mientras los voluntarios realizaban la tarea Stroop, una serie de electrodos colocados en sus cráneos midieron la actividad de sus cerebros.

Así, se reveló que, comparados con los no-creyentes, los participantes religiosos mostraron una actividad significativamente menor durante la prueba en la corteza cingulada anterior del cerebro, un área que nos ayuda a modificar el comportamiento señalando cuando son necesarios el control y la atención, normalmente como resultado de algún hecho que nos produce ansiedad, como el cometer un error.

Cuanto más fuerte fuera el fervor religioso de los participantes, y cuanto más creían éstos en Dios, menor actividad se detectaba en su corteza cingulada anterior como respuesta a sus propios errores en la prueba, y menos cantidad de errores se cometían.

Según explica Inzlicht en el comunicado de la Universidad de Toronto, “se podría pensar que esta parte del cerebro es como una alarma cortical que suena cuando un individuo acaba de cometer un error o de experimentar una incertidumbre”.

Alarma cortical menos activa

Esta alarma, según han descubierto los investigadores, funciona más levemente en el caso de las personas religiosas.

Así, dice Inzlicht, “lo que hemos descubierto es que la gente religiosa, e incluso las personas que simplemente creen en las existencia de Dios, muestran menos actividad en el cerebro en relación con sus propios errores. Estos individuos sienten mucha menos ansiedad y se sienten menos estresados cuando cometen un error”.

Esta relación entre menor estrés y religiosidad se mantuvo intacta incluso al contemplar otras características de los participantes, como sus habilidades cognitivas o su personalidad: independientemente de ellas, los individuos religiosos cometieron menos errores en la taera Stroop que sus compañeros no creyentes.

Efecto calmante

Esta constatación demuestra que la fe tiene un efecto calmante en los creyentes, porque los hace sentir menos ansiosos frente a lo desconocido y ante sus propios errores.

Pero Inzlicht advierte de que la ansiedad es un “arma de doble filo”, que en ciertas situaciones nos ayuda y puede ser incluso necesaria.

“Obviamente, la ansiedad puede resultar negativa si se padece demasiado; el miedo nos paraliza. Sin embargo, también resulta una función muy útil porque nos alerta cuando estamos cometiendo algún error. Si no experimentamos la ansiedad cuando cometemos un error, ¿qué impulso tenemos para cambiar o mejorar nuestro comportamiento y no repetir los mismos fallos una y otra vez?”, señala el científico.

No depende de la afiliación religiosa

Según explican Inzlicht y sus colaboradores en el artículo original de este estudio, que fue publicado por la revista Psychological Science, estos resultados sugieren que las convicciones religiosas proporcionan un marco para la comprensión y las actuaciones dentro del entorno de cada individuo. Por eso, funcionan como un reductor de la ansiedad y minimizan la experimentación de los propios errores.

En la primera investigación, en la que se medía la relación entre el fervor religioso y la ansiedad, participaron 18 mujeres y 10 hombres, de diversas creencias religiosas: el 39% de los participantes eran cristianos, el 21% musulmanes, el 14% hinduistas, el 11% budistas, y un 15% eran de otras religiones o no-religiosos.

En la segunda investigación, en la que se relacionó la fe en Dios con el grado de ansiedad en la prueba Stroop, participaron 13 mujeres y nueve hombres de diversas etnias y razas: el 33% procedían de Extremo Oriente, otro 33% del sur de Asia, el 28% eran caucásicos, y el 6% restante pertenecían a otras etnias y razas. En esta parte del estudio no se registraron las afiliaciones religiosas específicas de cada participante.


Martes 17 Marzo 2009
Yaiza Martínez

Las luces y las sombras de la religiosidad se originan en nuestro cerebro

Las luces y las sombras de la religiosidad se originan en nuestro cerebro

El enfoque en los aspectos positivos de la fe es bueno para la salud mental y física

Que la fe saque lo mejor o lo peor de cada individuo depende de la idea de Dios que tenga cada persona, afirma el doctor Andrew Newberg, especialista en el estudio de la relación entre el cerebro y las experiencias místicas y religiosas. En un artículo aparecido en USAToday, Newberg asegura que situarse en el lado positivo de las religiones ayuda a vivir pero que, situarse en el lado contrario, puede ser dañino para el cuerpo y la mente. De cualquier manera, afirma el autor, la batalla entre la luz y la oscuridad se produce en primer lugar en nuestro cerebro, donde pujan aquellas partes de éste con tendencia a excluir a los otros y aquellas partes inclinadas a construir alianzas cooperativas con otros seres humanos en tiempos de necesidad.

La fe puede sacar lo mejor de la gente -amor, generosidad, compasión- o lo peor -miedo, odio, violencia-, dependiendo de la visión que se tenga de Dios, según escribe el doctor de la Universidad de Pensilvania, Andrew Newberg, en un artículo aparecido en USAToday.

Especializado en el estudio de la relación entre el funcionamiento del cerebro y las experiencias místicas y religiosas, el autor del artículo afirma que sus investigaciones en este campo han evidenciado, por un lado, que la religión y las prácticas espirituales, generalmente, tienen un efecto positivo en la salud física, emocional y neurológica de la gente.

Las personas implicadas en actividades religiosas, escribe Newberg, tienden a enfrentarse mejor con sus problemas emocionales, a tener menos adicciones y a disfrutar de un estado de salud general mejor. Incluso, puede que estas personas vivan más tiempo de media que los ateos. Asimismo, añade, muchos estudios han demostrado que los individuos religiosos y espirituales encuentran más sentido en sus vidas.

Ventajas de la religiosidad

Newberg señala que sus investigaciones en el Penn's Center for Spirituality and the Mind, llevadas a cabo con su colaborador Mark Walkman, sobre los efectos de diversas prácticas espirituales, como la meditación o la oración, también han revelado importantes mejoras en la memoria, la cognición y la compasión como resultado de dichas prácticas. Se ha demostrado, por último, que estos hábitos reducen la ansiedad, la depresión, la irritabilidad y el estrés.

Pero, por otro lado, Newberg afirma que sus investigaciones también han revelado que la influencia de la religión sobre las personas también puede ser negativa, en función de la manera en que cada individuo ve a Dios.

Así, señala el científico, cuando las personas ven a Dios como un ser amante, misericordioso, compasivo y comprensivo, esto produce en ellas una perspectiva muy positiva de sí mismas, y del mundo que les rodea. Por el contrario, si se cree que Dios es frío, vengativo e implacable, la religión puede tener efectos nocivos en la salud física y mental de los creyentes.

Las investigaciones han revelado claramente que el cultivo de las emociones negativas a través de la religión activa áreas del cerebro relacionadas con la ira, el miedo y el estrés. Esto, en última instancia, puede dañar importantes partes del cerebro y del cuerpo.

Y lo que es peor, las emociones negativas pueden trasladarse a conductas externas que generen miedo, desconfianza, odio, animosidad y violencia hacia gente que mantenga creencias distintas u opuestas, advierte Newberg.

El lado oscuro de la religión

Ésta es la retórica religiosa destructiva a la que apuntan rápidamente los ateos cuando quieren hablar de las características negativas de la fe, señala el autor.

Cierto es que, afortunadamente, las encuestas sugieren que sólo un pequeño porcentaje (el 1%) de los americanos mantiene este tipo de creencias hostiles. Pero, por desgracia, este porcentaje minoritario atrae a menudo la mayor atención de los medios de comunicación.

Sin embargo, lo realmente aterrador es el hecho de que ese 1% se traduce, en números, en tres millones de ciudadanos potencialmente violentos, y sólo en Estados Unidos. Esto, claro está, afecta al estado general del país, considerando los conflictos y los radicalismos religiosos.

Existe además otro lado oscuro de la religión, afirma Newberg. El investigador ha constatado, a lo largo de su carrera en el hospital en que trabaja, que aquellos pacientes que creen que sus enfermedades son consecuencia de un castigo de Dios, pueden no seguir las órdenes de los médicos, saltarse las consultas o no tomarse la medicación que se les receta.

Después de todo, escribe Newberg, los enfermos pueden llegar a pensar “¿por qué intentar mejorar si Dios está intentando castigarme?”. Las investigaciones han confirmado que la gente que tiene una imagen castigadora de Dios puede comprometer su sistema inmunológico y su salud psicológica, prolongando su sufrimiento y su enfermedad.

Luces y sombras batallan en el cerebro

Newberg señala que, en colaboración con investigadores de otras universidades, desarrolla actualmente estrategias simples que permiten enseñar a la gente cómo cambiar las actitudes religiosas negativas a otras más positivas, que les ayuden a afrontar de manera más efectiva sus problemas de salud, e incluso a mejorar su calidad de vida.

Según el científico, los resultados de las investigaciones realizadas apuntan a que cualquier persona puede protegerse del lado negativo de la religiosidad y de la espiritualidad.

Esto se hace centrando la mente sólo en los conceptos positivos y afectuosos de la fe que se tenga, así como en los valores y creencias más profundas. Cualquier atención obsesiva en cualquier forma de negatividad religiosa daña la empatía social y la cooperación, asegura el experto.

Desde una perspectiva sociológica, la religión sirve para dirigir a la gente hacia los valores más profundos relacionados con la vida. De esta forma, Dios puede ser bueno y ayudar a las personas a ser compasivas, misericordiosas y afectuosas.

En realidad, cada religión –incluidas las de las sectas más cerradas- predica ciertos conceptos positivos, como el amor al prójimo o el perdón. A menudo, las religiones nos animan a buscar emociones positivas como el gozo, la paz o la esperanza.

Pero Newberg advierte que se debe ser siempre consciente de la batalla eterna entre el bien y el mal que, en realidad se desarrolla en nuestro propio cerebro: entre aquellas partes de éste con tendencia a excluir a los otros y aquellas partes inclinadas a construir alianzas cooperativas con otros seres humanos en tiempos de necesidad.

Tenemos en realidad un cerebro lleno de ideas tanto de amor como de odio, asegura Newberg. Por eso, podemos dirigirnos hacia la religión y la espiritualidad para fomentar el bien en nosotros o, por el contrario, podemos inclinar la balanza cerebral hacia el lado oscuro de la religiosidad.

Andrew Newberg es professor de radiología y de psiquiatría de la Escuela de Medician de la Universidad de Pensilvania, así como autor de diversos libros como “The Mystical Mind: Probing the Biology of Religious Experience” o “Why We Believe What We Believe: Uncovering Our Biological Need for Meaning, Spirituality, and Truth”.

En Tendencias21 publicamos hace un tiempo un artículo sobre una investigación realizada por Newberg en la que se demostró que la meditación realizada por voluntarios de diferentes confesiones religiosas había cambiado sus cerebros.

http://www.webislam.com/?idt=13220

Ciencia Éxtasis para todos

Domingo 14 de Marzo de 2004

Ciencia
Éxtasis para todos


Según cuenta la última edición de "The economist", diversos científicos están intentando pesquisar las relaciones de los éxtasis místicos con el cerebro humano. Siguiendo los pasos de Charcot, el doctor Mario Beauregard, de la Universidad de Montreal, ha experimentado con mezcalina, interesado en la capacidad de la droga de inspirar sentimientos de espiritualidad o proximidad a Dios. Tratando de descubrir en qué lugar del cerebro se experimentaría esta experiencia religiosa.

En el primero de sus experimentos, el doctor y su discípulo Vincent Paquette registraron actividad eléctrica en las cabezas de siete monjas carmelitas. Su propósito es identificar los procesos cerebrales subyacentes a lo que se llama la "unión mística", la unión mística del hombre con Dios. Las mentes de las monjas - se espera que sean 15- también serán escrutadas con herramientas de construcción de imágenes cerebrales.

Según la revista, el estudio se ha topado con el escepticismo de las monjas y de los especialistas. Si a las monjas hubo que convencerlas que no ponía en duda la existencia de Dios, los científicos acusaron a Beauregard de reduccionista, y de intentar detectar el alma en la mente tal como los victorianos jugaban a la frenología.

Beauregard no cree, de hecho, que exista un "Centro Divino" neurológico. Sino que de acuerdo con su información preliminar cree que habría una red de regiones cerebrales en la "Unión mística", incluyendo aquellas asociadas con el procesamiento de las emociones y la representación espacial del yo. Pero eso conduce a otra crítica, que él encontrará más difícil. Esto es, que él no estaría midiendo una experiencia mística, sino que meramente una de tipo emocional. Esto sería porque las monjas, por así decirlo, estarían impostándola. Ellas creen que la Unión Mística es un don de Dios y que no puede ser convocado voluntariamente. La mayoría de ellas la han experimentado una o dos veces, pero normalmente a los veinte años. Para solucionar este problema Beauregard se ha basado en esperiencias previas con actores, que demostraban como ellos al recordar experiencias emocionales previas activaban las mismas redes cerebrales.

Andrew Newberg, un radiólogo de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia, quien ha escaneado los cerebros de monjes budistas y franciscanos en meditación o rezando, está habituado a críticas de esta especie. Sostiene que como la experiencia religiosa no es fácilmente accesible, se requieren altos niveles de rigor intelectual para estas investigaciones. La misma publicación agrega que Olaf Blanke, de la Universidad de Ginebra, Suiza, en la última edición de la revista especializada "Brain", describe cómo la mente humana genera experiencias que van más allá del cuerpo. Señala que se ha hecho mucha investigación en otro tipo de ilusiones corporales como los llamados "miembros fantasmas", donde se han identificado los mecanismos mentales responsables. No puede decirse lo mismo de aquellas experiencias que van más allá de lo físico, pero las dos ocupan una posición ignorada entre la neurobiología y el misticismo. Habiendo tratado a seis pacientes con el cerebro dañado, el grupo de Blanke concluyó que el daño en la conjunción de dos lóbulos del cerebro, el temporal y el parietal, ocasiona un quiebre en la percepción de la persona de su propio cuerpo, lo que vulgarmente se conoce como desdoblamiento. Algunos pacientes asocian esto con el misticismo y otros no. Lo interesante es que algunos de los pacientes sufrían de epilepsia en el lóbulo temporal y una relación entre esta epilepsia y la religiosidad está bien documentada. Se piensa que el lóbulo parietal es el responsable de orientar a la persona en el espacio y el tiempo, y el doctor Newberg también ha detectado un cambio en la activación parietal en el climax de la experiencia meditativa. Les ha hecho un cuestionario a los monjes con preguntas no sólo relativas a su proximidad con Dios, sino también relativas a distorsiones espacio-temporales. La conclusión es que entre más intensa es la experiencia mística, más intensa es la desorganización de un punto de vista espacio temporal.

El artículo concluye advirtiendo que todavía es demasiado prematuro para extraer conclusiones al respecto, pero que también se trata de un tema que recién comienza a ser aceptado como un área de investigación en la neurociencia.

http://diario.elmercurio.cl/detalle/index.asp?id={ec55dec6-484f-4ff3-9faa-845af0d50c1d}