sábado, 9 de agosto de 2008

Dalai Lama: La ciencia en la encrucijada

LA CIENCIA EN LA ENCRUCIJADA

Por Tenzin Gyatso, el Dalai Lama

Este artículo se basa en una conferencia ofrecida por

el Dalai Lama durante la reunión anual de la Sociedad

de Neurociencia, el 12 de noviembre de 2005 en

Washington DC

Durante las recientes décadas se han producido

inmensos avances en la comprensión científica del

cerebro humano y el cuerpo humano como un todo.

Además, con el advenimiento de la nueva genética, el

conocimiento de la neurociencia sobre el

funcionamiento de los organismos biológicos es llevado

ahora al nivel más sutil de los genes individuales.

Esto da como resultado impredecibles posibilidades

tecnológicas hasta para manipular los propios códigos

de la vida, por consiguiente dando lugar a la

posibilidad de crear por completo nuevas realidades

para la humanidad como un todo. Hoy, la cuestión de la

interconexión de la ciencia con la humanidad en gran

medida ya no constituye apenas una cuestión de interés

académico, sino que esta cuestión debe asumir un

sentido de urgencia para todos los que están

preocupados por el destino de la existencia humana.

Por lo tanto, yo siento que un diálogo entre la

neurociencia y la sociedad podría tener profundos

beneficios dado que podría ayudar a profundizar

nuestra comprensión básica de lo que significa ser

humanos y nuestras responsabilidades por el mundo

natural que compartimos con otros seres sensibles. Me

alegra notar que como parte de esta interacción más

amplia, entre algunos neurocientíficos existe un

creciente interés en involucrarse en conversaciones

mas profundas con las disciplinas contemplativas

budistas.

Aunque mi propio interés en la ciencia comenzó como la

curiosidad de un inquieto muchacho que crecía en el

Tíbet, gradualmente se despertó en mí la colosal

importancia de la ciencia y la tecnología para

entender el mundo moderno. No sólo he procurado

entender las ideas científicas específicas sino que

también he intentado explorar las más amplias

inferencias de los nuevos avances del conocimiento

humano y el poder tecnológico logrados mediante la

ciencia. Las áreas específicas de la ciencia que he

explorado en sumo grado a lo largo de los años son la

física subatómica, la cosmología, la biología y la

psicología. Ante mi limitada comprensión en estos

ámbitos estoy profundamente agradecido por las horas

del generoso tiempo compartido conmigo por parte de

Carl von Weizsacker y el ya fallecido David Bohm a

quienes considero como mis maestros en mecánica

cuántica. Y en el campo de la biología, en especial la

neurociencia, estoy en deuda con Robert Livingstone y

Francisco Varela, también fallecidos. Asimismo,

agradezco a los numerosos eminentes científicos con

quienes tuve el privilegio de mantener conversaciones

bajo los auspicios del Mind and Life Institute que

promovieron las Conferencias sobre la Mente y la Vida

iniciadas en 1987 en mi residencia de Dharamsala,

India. Esos diálogos han continuado durante años y de

hecho el más reciente diálogo sobre Mente y Vida

concluyó aquí en Washington esta misma semana.

Algunos podrían preguntarse: "¿Qué hace a un monje

budista preocuparse tan profundamente por la ciencia?

¿Qué relación puede haber entre el budismo, una

antigua tradición filosófica y espiritual de India, y

la ciencia moderna? ¿Qué posible beneficio puede

haber para que una disciplina científica como la

neurociencia se comprometa en un diálogo con la

tradición contemplativa budista?"

Aunque la tradición contemplativa budista y la ciencia

moderna han evolucionado desde diferentes raíces

históricas, intelectuales y culturales, creo que de

corazón comparten significativos denominadores

comunes, especialmente en su metodología y su

perspectiva filosófica básica. A nivel filosófico,

tanto el budismo como la ciencia moderna comparten una

honda desconfianza de cualquier noción de lo absoluto,

ya sea conceptualizado como un ser trascendente, como

un eterno e inmodificable principio tal como el alma,

o como un substrato fundamental de la realidad. Tanto

el budismo como la ciencia prefieren explicar la

evolución y el surgimiento del cosmos y la vida en

términos de complejas interrelaciones de las leyes

naturales de causa y efecto. Desde la perspectiva

metodológica, ambas tradiciones enfatizan el papel del

empirismo. Por ejemplo, en la tradición budista de

investigación, entre las tres fuentes reconocidas del

conocimiento –experiencia, razón y testimonio– hay

evidencias sobre que la experiencia tiene precedencia,

con la razón en segundo lugar, y el testimonio al

final. Esto significa que, en la investigación budista

de la realidad, al menos en principio, la evidencia

empírica debería triunfar sobre la autoridad de las

escrituras, sin importar lo profundamente venerada que

pueda ser esa escritura. Incluso en el caso del

conocimiento obtenido mediante la razón o la

deducción, en última instancia su validez debe derivar

de algunos hechos observados por experiencia. Debido

a esta perspectiva metodológica, a menudo le he hecho

notar a mis colegas budistas que la comprensión

empíricamente verificada de la cosmología y la

astronomía modernas debe ahora obligarnos a modificar,

o en algunos casos a rechazar, muchos aspectos de la

cosmología tradicional tal como se la encuentra en los

antiguos textos budistas.

Dado que el motivo primordial que fundamenta la

investigación budista de la realidad es la búsqueda

fundamental de sobreponerse al sufrimiento y de

perfeccionar la condición humana, la orientación

elemental de la tradición investigativa del budismo ha

ido hacia el entendimiento de la mente humana y sus

variadas funciones. Aquí se supone que al obtener una

comprensión más profunda de la psique humana,

podríamos hallar maneras de transformar nuestros

pensamientos, emociones y sus predisposiciones

subyacentes a fin de poder encontrar un modo de ser

más íntegro y más satisfactorio. Es en este contexto

que la tradición budista ha ideado una rica

clasificación de los estados mentales, así como

técnicas contemplativas para refinar cualidades

mentales específicas. De esta manera, puede ser

profundamente interesante y asimismo potencialmente

beneficioso un genuino intercambio entre el

acumulativo conocimiento y la experiencia del budismo

y la ciencia moderna sobre amplios asuntos que

incumben a la mente humana, desde la cognición y la

emoción hasta el entendimiento de la capacidad de

transformación inherente en el cerebro humano. En mi

propia experiencia, me he sentido hondamente

enriquecido al involucrarme en conversaciones con

neurocientíficos y psicólogos sobre cuestiones tales

como la naturaleza y el papel de las emociones

positivas y negativas, la atención, la imaginería, así

como la plasticidad del cerebro. La precisa evidencia

de la neurociencia y la ciencia médica sobre el papel

crucial del simple toque físico hasta para la

ampliación física del cerebro de un bebé durante sus

primeras semanas, permite entender poderosamente la

conexión íntima entre la compasión y la felicidad

humana.

Durante mucho tiempo el budismo ha indicado el inmenso

potencial para la transformación que existe

naturalmente en la mente humana. A este fin, la

tradición ha desarrollado una amplia gama de técnicas

contemplativas, o de prácticas de meditación,

apuntadas específicamente a dos objetivos principales:

el cultivo de un corazón compasivo y el cultivo de

profundas percepciones sobre la naturaleza de la

realidad, a las que se alude como la unión de la

compasión y la sabiduría. En el centro de estas

prácticas de meditación hay dos técnicas principales,

por un lado el refinamiento de la atención y su

aplicación sostenida, y por el otro la regulación y la

transformación de las emociones. En ambos casos,

siento que podría haber un gran potencial para la

investigación cooperativa entre la tradición

contemplativa budista y la neurociencia. Por ejemplo,

la neurociencia moderna ha desarrollado una rica

comprensión de los mecanismos del cerebro asociados

tanto a la atención como a la emoción. La tradición

contemplativa budista, dada su larga historia de

interés en la práctica del entrenamiento mental,

ofrece por otra parte técnicas prácticas para refinar

la atención y regular y transformar la emoción. Por lo

tanto, la reunión de la neurociencia moderna y la

disciplina contemplativa budista podría llevar a la

posibilidad de estudiar el impacto de la actividad

mental intencional sobre los circuitos cerebrales, que

ha sido identificado como crucial para procesos

mentales específicos. Por lo menos, tal encuentro

interdisciplinario podría ayudar para plantear

cuestiones críticas en muchas áreas clave. Por

ejemplo, ¿tienen los individuos una capacidad fija

para regular sus emociones y su atención o, como

sostiene la tradición budista, su capacidad para

regular estos procesos es altamente susceptible al

cambio sugiriendo un grado similar de susceptibilidad

de los sistemas cerebrales y de conducta asociados a

estas funciones? Un área donde la tradición

contemplativa budista podría hacer una gran

contribución se halla en las técnicas prácticas que ha

desarrollado para el entrenamiento de la compasión. En

lo referido al entrenamiento mental de la atención y

la regulación emocional, también se vuelve crucial

plantear la cuestión de si algunas técnicas

específicas poseen sensibilidad temporal en los

términos de su efectividad, a fin de que puedan

definirse métodos para que calcen en las necesidades

de edad, salud, y otros factores variables.

Sin embargo, es necesaria una nota de precaución.

Resulta inevitable que cuando dos tradiciones

investigativas radicalmente distintas como el budismo

y la neurociencia se reúnen para un diálogo

interdisciplinario, ello introducirá problemas que

normalmente acompañan los intercambios a través de las

fronteras de culturas y disciplinas. Por ejemplo,

cuando hablamos sobre "la ciencia de la meditación",

necesitamos ser permeables a lo que exactamente se da

a entender con tal aseveración. Siento que por parte

de los científicos resulta importante ser sensibles a

las connotaciones diferentes de un término importante

como meditación en su contexto tradicional. Por

ejemplo, en su contexto tradicional, el término para

meditación es bhavana (en sánscrito) o gom (en

tibetano). El término en sánscrito indica la idea de

cultivo, tal como cultivar un hábito particular o una

manera de ser, mientras que en tibetano el término gom

posee la connotación de cultivar la familiaridad. Así,

expresado brevemente, en el contexto budista

tradicional la meditación se refiere a una actividad

mental deliberada que implica cultivar la

familiaridad, extra con un objeto elegido, un hecho,

un tema, un hábito, una perspectiva, un modo de ser.

Ampliamente hablando, en la práctica de la meditación

hay dos categorías: una que se enfoca en el

aquietamiento de la mente y el otro en los procesos

cognitivos del entendimiento. Se alude a ambos como

(i) meditación estabilizador y (ii) meditación

discursiva. En ambos casos, la meditación puede tomar

muchas formas diferentes. Por ejemplo, puede tomar la

forma de tomar algo como objeto de la propia

cognición, como meditar sobre la propia naturaleza

transitoria. O puede tomar la forma de cultivar un

específico estado mental, tal como la compasión,

desarrollando un anhelo altruista sentido en el

corazón a fin de aliviar el sufrimiento de otro. O

puede tomar la forma de imaginación, explorando el

potencial humano para generar imaginería mental, que

puede ser utilizada de varias maneras para cultivar el

bienestar mental. De modo que es crucial estar atento

a qué formas específicas de meditación uno podría

investigar cuando se compromete a una investigación

cooperativa para que la complejidad de las prácticas

meditativas estudiadas haga juego con la sofisticación

de la investigación científica.

Otra área donde se requiere una perspectiva crítica

por parte de los científicos es la capacidad de

distinguir entre los aspectos empíricos del

pensamiento budista y la práctica contemplativa por un

lado, y las conjeturas filosóficas y metafísicas

asociadas a estas prácticas meditativas. En otras

palabras, así como debemos diferenciar dentro del

enfoque científico entre las suposiciones teóricas,

las observaciones empíricas basadas en experimentos y

las interpretaciones subsiguientes, de la misma manera

es decisivo diferenciar las suposiciones teóricas,

rasgos de los estados mentales verificables por

experiencia y ulteriores interpretaciones filosóficas

del budismo. De este modo, ambas partes del diálogo

pueden encontrar el terreno común de los hechos

comunes observables sobre la mente humana, a la vez

que no caen en la tentación de reducir el encuadre de

una disciplina al encuadre de la otra. Aunque las

presuposiciones filosóficas y las subsecuentes

interpretaciones conceptuales puedan diferir entre

estas dos tradiciones investigativas, en cuanto a lo

concerniente a los hechos empíricos, los hechos deben

seguir siendo hechos, sin importar cómo uno elija

describirlos. Sea cual fuere la verdad sobre la

naturaleza final de la conciencia –sea o no en última

instancia reductible a procesos físicos– creo que

puede haber una comprensión compartida de los hechos

experimentados de los variados aspectos de nuestras

percepciones, pensamientos y emociones.

Creo que con estas consideraciones de precaución, una

estrecha cooperación entre estas dos tradiciones

investigativas puede contribuir verdaderamente a

expandir el entendimiento humano del complejo mundo de

la experiencia subjetiva interior que llamamos mente.

Los beneficios de tal colaboración ya han comenzado a

ser demostrados. Según informes preliminares, pueden

medirse los efectos de los entrenamientos mentales,

tales como la simple práctica de la atención plena

sobre una base regular o el cultivo deliberado de la

compasión tal como la desarrolla el budismo, para

generar cambios observables en el cerebro humano en

correlación con cambios mentales positivos. Recientes

descubrimientos de la neurociencia han demostrado la

plasticidad innata del cerebro, tanto en términos de

conexiones sinápticas y nacimiento de nuevas neuronas,

como un resultado de la exposición a estímulos

externos, tales como los ejercicios físicos

voluntarios y un ambiente enriquecido. La tradición

contemplativa budista puede ayudar a expandir este

campo de la indagación científica proponiendo tipos de

entrenamiento mental que también son concernientes a

la neuroplasticidad. Si se verificara, como lo sugiere

la tradición budista, que la práctica mental puede

efectuar cambios sinápticos y neuronales observables

en el cerebro, eso podría tener implicancias de gran

alcance. Las repercusiones de tal investigación no

serían confinadas simplemente en la expansión de

nuestro conocimiento de la mente humana, sino, tal vez

con mayor importancia, podrían tener enorme

significado para nuestra comprensión de la educación y

la salud mental. Similarmente, si, como afirma la

tradición budista, el cultivo deliberado de la

compasión puede conducir a un cambio radical de la

perspectiva del individuo, impulsando una mayor

empatía hacia los demás, esto podría incidir en gran

medida sobre la sociedad como un todo.

Finalmente, creo que la colaboración entre la

neurociencia y la tradición contemplativa budista

podría aportar nueva luminosidad a la cuestión de

importancia vital sobre la interconexión entre ético y

neurociencia. Independientemente de la concepción que

se pueda tener sobre la relación entre ética y

ciencia, en la práctica vigente, la ciencia ha

evolucionado primordialmente como una disciplina

empírica con una postura moralmente neutral, apartada

de los valores. Esto llega a ser percibido

esencialmente como una manera de indagación que brinda

un conocimiento detallado del mundo empírico y de las

subyacentes leyes de la naturaleza. Desde un punto de

vista puramente científico, la creación de armamentos

nucleares es verdaderamente un logro asombroso. Sin

embargo, dado que su creación tiene el potencial de

infligir inmensos sufrimientos mediante muerte y

destrucción inimaginables, lo consideramos como algo

destructivo. Es según la evaluación ética que debemos

determinar qué es positivo y qué es negativo. Hasta

hace poco, parece haber predominado este enfoque que

escinde la ética de la ciencia, dando a entender que

la capacidad humana de pensar moralmente evoluciona a

la par del conocimiento humano.

Hoy, creo que la humanidad se encuentra el una

encrucijada decisiva. Los avances radicales que se han

producido en la neurociencia y particularmente en la

genética sobre finales del siglo XX, han abierto una

nueva era de la historia humana. Nuestro conocimiento

del cerebro y el cuerpo humanos a nivel celular y

genético, con las consiguientes posibilidades

tecnológicas ofrecidas para la manipulación genética,

han llegado a tal punto que los desafíos éticos de

estos avances científicos son enormes. Es demasiado

evidente que nuestro pensamiento moral simplemente no

ha sido capaz de mantenerse a tono con tal progreso

acelerado en nuestra adquisición de conocimiento y

poder. Por ello las ramificaciones de estos nuevos

hallazgos y sus aplicaciones son de tan grande

proyección que se vinculan con la propia concepción de

la naturaleza humana y la preservación de la especie

humana. De modo que ya no es adecuado adoptar el punto

de vista de que nuestra responsabilidad como sociedad

es simplemente promocionar el conocimiento científico

e incrementar el poder tecnológico, y que la elección

de qué hacer con este conocimiento y este poder debe

ser dejada en manos del individuo. Debemos encontrar

una manera de introducir consideraciones humanitarias

y éticas que señalen la dirección del desarrollo

científico, especialmente en las ciencias de la vida.

Al invocar principios éticos fundamentales, no estoy

promoviendo una fusión de la ética religiosa y la

investigación científica. Más bien, me estoy

refiriendo a lo que denomino una "ética secular" que

abarca los principios éticos cruciales, tales como la

compasión, la tolerancia, el sentido del cuidado, la

consideración hacia los otros, y el uso responsable

del conocimiento y del poder – principios que

trascienden las barreras entre los creyentes

religiosos y los no creyentes, y los seguidores de

esta o aquella religión. Personalmente, me gusta

imaginar todas las actividades humanas, inclusive la

ciencia, como los dedos individuales en la palma de

una mano. En tanto cada uno de estos dedos se

encuentre conectado con la palma de la empatía y el

altruismo básicamente humanos, continuarán sirviendo

al bienestar de la humanidad. Verdaderamente estamos

viviendo en un mundo unificado. La economía moderna,

los medios electrónicos, el turismo internacional, así

como los problemas ecológicos, todo ello nos recuerda

de manera cotidiana lo muy profundamente

interconectado que está el mundo de hoy. Las

comunidades científicas juegan un papel vitalmente

importante en este mundo interconectado. Sean cuales

fueren las razones históricas, hoy los científicos

disfrutan de mucho respeto y confianza dentro de la

sociedad, mucho más que el de mi propia disciplina de

la filosofía y la religión. Exhorto a los científicos

a que introduzcan en su tarea profesional los

principios éticos fundamentales que todos compartimos

como seres humanos.

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